Los orígenes del mal – Marta Nevot

5.3 Ciberespacio, cibercultura y medios de comunicación

Los discursos del odio nacen con el primer ser humano: en el Imperio Romano, el padre de Aníbal le obligó a jurar odio eterno a Roma; según los Evangelios, Jesús fue abucheado cuando Pilatos lo presentó al pueblo; los Vikingos mataban a quién rezara a un dios diferente a Odín, y los cristianos durante la Edad Media a los infieles; como todos sabemos, el siglo XX fue el de las grandes guerras y dictadores, que llegaron a la cima impulsados por un fuerte discurso de odio; y del siglo XXI hablaremos en las siguientes líneas.

Primero vamos al inicio de la cuestión: ¿Por qué optamos por el camino del odio? Según la Dra. Diana Barimboim, el odio tiene dos perspectivas diferentes: el odio como impulso y el odio como reacción de defensa del ‘yo’ contra el dolor. El odio es un sentimiento propio de los humanos, pero fácilmente se mete en terreno pantanoso porque viola el principio fundamental basado en que la libertad de uno acaba dónde la del otro empieza.

El siglo XXI llegó influido por numerosos tratados de paz, la herencia de dos postguerras, la cultura hippie, canciones de Bob Marley y Antonio Flores que parecían cambiar el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Internet llegó para tambalear todo lo vivido anteriormente. Sus orígenes no dicen lo contrario: nació en 1947, en el inicio de la Guerra Fría, y fue utilizado por las potencias para el intercambio de información. Pero no fue hasta 1997 cuando llegó la primera red social a nuestras vidas. Es probable que no la conozcan, ya que murió al poco de nacer, pero SixDegrees fue la pionera, una aplicación que unía a “conocidos con conocidos de conocidos”. Tras ella llegaron Linkedin (2003), Facebook (2004), Twitter (2005), WhatsApp (2009) e Instagram (2010) entre otras.

Tipos de delitos de odio cometidos en Internet y RRSS/Fuente: Ministerio del Interior

Tipos de delitos de odio cometidos en Internet y RRSS/Fuente: Ministerio del Interior

Probablemente, la intención de Zuckerberg no era iniciar una nueva espiral de odio, pero no podemos negar la fuente potencial de críticas y crispación en las que se han convertido las redes sociales. Según el ministerio del Interior, en 2019 se denunciaron 204 delitos e incidentes de odio en Internet y redes sociales, una cifra que cada año es superior. El tipo de hecho más frecuente son las amenazas, no obstante, cabe destacar que la inmensa mayoría de personas que trabajan en redes, los llamados influencers, apenas denuncian los insultos que reciben diariamente.

La sinceridad sin empatía es simplemente crueldad

El otro día, Manuel Burque comentaba en su programa Buenismo Bien de la Cadena Ser que nadie después de comprar pan le dice al panadero lo mal que sabe, y por consecuente, lo mal panadero que es. Sin embargo, en las redes sociales parece que esa educación se deja de lado y se ataca a los demás sin ningún miramiento debido, principalmente, a la mascara de anonimato que nos brinda la pantalla y la virtualidad.

Nunca los seres humanos habíamos podido vivir, de esta manera tan amplia, bajo el anonimato. Podemos comprar, recibir, hablar, leer, y escribir sin que nadie sepa quienes somos, y eso nos genera una falsa seguridad de que podemos hacer lo que queramos, porque total, nadie sabe que hemos sido nosotros.

Lo que se nos olvida es que detrás de los perfiles a los que comentamos, hay algo mucho más humano que un tweet o una foto, hay una persona.

Ana Iglesias en Máster Chef/ Fuente: RTVE

Ana Iglesias en Máster Chef/ Fuente: RTVE

La última influencer que se ha sumado a la “denuncia” es Ana Iglesias, ganadora del programa de RTVE MasterChef 8. Ana, una joven dulce y risueña, cuenta con más de 200.000 seguidores en Instgram, en su cuenta sube recetas, consejos para cocinar y comenta qué tal le va su máster culinario. Parece imposible que alguien pueda criticar a esta chica, que nunca se mete en temas políticos ni comprometidos, pero sí ha recibido críticas.

El odio social

El odio en sí es ya un grave problema, intensificado por el “Odio social” y los “grupos de odio”. Los grupos de odio son los vínculos grupales fundados en el rechazo de lo Otro cuando el odio mismo funciona como un vínculo social. Es decir, las personas se juntan no con quienes comparten gustos y aficiones, sino con quienes comparten odios. Un buen ejemplo de esto son los grupos antisemitas.

Donald Trump/Fuente: Latercera

Donald Trump/Fuente: Latercera

De este odio social se han alimentado en los últimos años personas como Donald Trump, Bolsonaro o Santiago Abascal, quienes utilizan, principalmente, la estrategia del enemigo en común y la potencian en las redes sociales, de lejos su mejor aliado.

Penalización delitos de odio

Los delitos de odio están sancionados por el Código Penal, pero como ya hemos mencionado anteriormente, los discursos de odio apenas llegan a los tribunales porque casi nadie denuncia. Parece que en las redes sociales todo vale, y que ante una pantalla dejamos de ser personas para convertirnos en sujetos sin empatía ni conciencia de las posibles consecuencias de nuestras palabras.

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