1.3. La aplicación de la perspectiva de género a los medios audiovisuales.
Siempre me adormecía el crepitar del fuego en nuestra pequeña casa. La soledad del paraíso pesaba sobre mis hombros como una losa. Las llamas ardientes despertaban en mí sentimientos que Dios no aprobaría, el deseo que me hormigueaba las piernas imaginando a otros hombres debía ser apagado. Adán había sido creado para ser mi marido y yo su mujer. Sin embargo hacía semanas que no soportaba su presencia en la casa. Aquella noche mientras me daba un baño, froté mi cuerpo con demasiada fuerza, yo siempre tenía que estar perfumada y limpia antes de yacer, sin embargo Adán venía a mí tiznado y sucio por el sudor del fuego. Según Dios habíamos sido creados en igualdad pero era injusto que a él le hubiese dado el regalo de la fuerza física con la que me sometía a su voluntad.
Me vestí con mi túnica de lino blanco suave y me cepillé la oscura melena que casi me llegaba a las rodillas. Mientras lo hacía, Adán se acercó a mí y empezó a desatar mi túnica mientras besaba mi espalda con rudeza y ansia. Me crispaba los nervios que me interrumpiera para sus necesidades. Con fuerza me cogió y me tumbó en la cama. Resistirme fue inútil. Yo le dije.
- Adán, si Dios nos creó en igualdad, ¿por qué siempre he de yacer por debajo de ti?
Él con su rostro rubicundo por la ira y el calor del fuego, siguió con un ímpetu mayor. Con la mirada en el techo pensé que Dios le había dado la fuerza pero a mi me había dado la inteligencia. A los 10 minutos Adán estaba dormido a mi lado. Con delicadeza me deslicé fuera de la cama, enrollé en un hatillo mis pocas pertenencias y me escapé del paraíso con la certeza de que jamás regresaría. Desde entonces y para el resto de la historia, mi nombre, Lilith, fue sinónimo de demonio.
Lilith, Cleopatra, Salomé, Mesalina, Dalila. Mujeres que han pasado a la historia como mujeres fatales, mujeres que en su libertad encontraron su condena. El mito sexual de la Femme fatale se populariza con el cine pero es una figura que siempre ha existido en la humanidad para controlar a las mujeres como símbolo del castigo social que recibían por hacer uso de su aparente libertad.
Aunque esta figura femenina siempre ha existido en la historia fue en el siglo XIX cuando se popularizó. Las mujeres comenzaron a tomar conciencia de su realidad. El sufragismo, la incorporación de la mujer a la vida laboral y la lucha por sus derechos hizo que muchas mujeres comenzasen a hablar de sexualidad, de independencia de los hombres, etc. A estos, acomodados a las perfectas amas de casa no les gustaba la idea de mujeres empoderadas. Por lo que la creencia de que una mujer feminista e independiente era una mujer fatal se extendió como la pólvora. Estas mujeres eran socialmente castigadas y repudiadas por lo que la Femme fatal no tuvo todo el impacto social que tendría años después.
Durante la Segunda Guerra Mundial los hombres fueron a luchar y las mujeres que antes se quedaban en casa, tuvieron que incorporarse a las fábricas, negocios y distintos trabajos que antes solo estaban reservados para los hombres. Cuando estos regresaron de la guerra se encontraron con unas mujeres que ya nunca volverían a ser las sumisas que antes conocieron. Estas nuevas mujeres habían tomado el control de su sexualidad, de su poder económico y no era algo fácil a lo que renunciar.
Hollywood supo percibir perfectamente las penurias que estaban pasando los hombres del mundo por culpa de sus castradoras mujeres y creó a la malvada y pérfida Femme fatale.
Esta figura perdura hasta nuestros días y cuando escuchamos “mujer fatal”, enseguida se nos viene a la cabeza una mujer sexy, glamurosa, manipuladora y devorahombres. Que es exactamente el tipo de mujeres que promocionó Hollywood en los años cuarenta. Estas mujeres bellas y peligrosas siempre acababan mal en las películas por lo que se intentaba disuadir a las mujeres reales de actitudes masculinas y egoístas ya que siempre iba a terminar mal. Algunas de las Femme fatale más conocidas del mundo del cine son por ejemplo Joan Bennet en Perversidad, Gene Tierney en Que el cielo la juzgue, Ava Gardner en Foragidos, Lana Turner en El cartero llama dos veces o Rita Hayworth en Gilda.
Me gustaría resaltar que la imagen de Joan Bennet la hace quedar como una mujer castradora y malvada mientras que si fuese ella la que le estuviera arreglando las uñas a su marido no llamaría la atención de nadie.
El personaje de la Femme fatale era vengativo, mentiroso, egoísta. Pero era sobre todo libre. Contrario al miedo que Hollywood pretendía sembrar en las mujeres, mostró una puerta abierta a no desear ser madre, a no necesitar el amor de un hombre para estar completa, a ser exuberante y sexy sin miedo a mostrarse fuerte y poderosa.
La Femme fatale no solo bebía, fumaba y se divertía igual que un hombre sino que era independiente. Algo impensable para una mujer en los años 40. Esa figura enigmática cautivó a las mujeres de la época haciendo que en 1946, Estados Unidos reflejase 610.00 divorcios, una cifra histórica y halagüeña sobre el futuro devenir de la mujer en la sociedad.
Es maravilloso ver cómo el cine revolucionó a una era entera de mujeres que vieron a través de la pantalla que podían ser más que una madre y una devota esposa. A los hombres directores de Hollywood les salió el tiro por la culata y es gracias a la figura de pérfida mujer que se despertaron muchas mujeres del letargo de la maternidad.
Es cierto también que la Femme Fatale no es un símbolo feminista en sí mismo pero creo que es importante reconocer el papel que dejó en una sociedad y que a día de hoy perdura su impronta. Hoy en día, la figura de la mujer fatal sigue vigente y a las mujeres se les empieza a permitir ser egoístas aunque siempre con esta fachada de fría y calculadora.
Personalmente siempre me he sentido muy atraída por estas mujeres fuertes que arrollan con todo a su paso, que no piden perdón por tomar lo que es suyo y que no necesitan a los hombres sino que son ellos los que las necesitan a ellas. Es inspirador ver cómo el cine es capaz de revolucionar a una sociedad entera.
Lo que nació como un castigo se convirtió en la libertad con la que las mujeres ni siquiera se atrevían a soñar. Así que gracias Lilith, gracias Rita Hayworth y gracias también a los señoros de Hollywood que un día pensaron que a una mujer se la puede dominar.