4.4.- El videoarte y las artes. Contexto histórico y cultural del nacimiento del videoarte. Evolución: performance, teatro, videoclip
La primera vez que supe de la existencia de Marina Abramovic, siendo francos, no tenía ni idea de que eran las performances, pero es que eso me daba igual porque, antes de darme cuenta, esta artista me había atrapado. No sé si fueron sus ojos, o su nariz aguileña que me recordaba tanto a la de mi abuela, o su forma de expresarse que se te metía por dentro y se quedaba revoloteando por tu cabeza. La primera vez que supe quién era Marina Abramovic yo tenía 16 años y estaba en una clase con una profesora que admiraba su vida y obra, en una hora libre nos puso su documental Marina Abramovic: La artista está presente. Tal vez fue su historia de amor con Ulay, o la crudeza de su obra, o la relación con su madre. La cuestión es que desde aquel entonces no he querido perderle la pista.
Para quienes no la conozcáis, Marina Abramovic es una artista serbia que se dedica a hacer performances, empezó en los años 70 cuando este movimiento artístico aún estaba emergiendo de las sombras y haciéndose un hueco en las galerías. Las performances de Marina se caracterizan por la exploración sobre el propio cuerpo y la figura del artista, siendo el dolor uno de sus intereses más destacados. La relación con el público es también uno de los caminos que explora, muchas veces junto a su compañero Ulay. La presencia de la artista en esta disciplina ha sido una gran influencia e inspiración para muchos otros artistas y a su vez alcanzando la mayor proyección mundial en este ámbito.
Sus primeras performances se les conoce como las series “Ritmo 10”, “Ritmo 5”, “Ritmo 2” y “Ritmo 0”, y tuvieron lugar entre 1973 y 1974. En estas, Abramovic exploró los límites de su cuerpo al dolor y haciendo al público partícipe de estas obras que muchos vieron como muy controvertidas. La artista buscaba sentir el mundo a través de la experiencia personal del propio cuerpo.
Ritmo 10 (1973)
En su primera performance exploró elementos rituales utilizando veinte cuchillos diferentes y dos grabadoras para realizar el juego ruso de los cuchillos. La performance empieza cuando la artista empieza a dar golpes rítmicos con el primero de los cuchillos hasta que se corta, entonces para la grabación, coge otro cuchillo y vuelta a empezar. Cuando acaba con los 20 cuchillos vuelve a empezar repitiendo el ritmo anteriormente grabado, cortes incluidos, consiguiendo así unir el pasado con el presente.
Posteriormente la artista siguió en esa clara línea tan marcada por su primera performance y creó Ritmo 5 y Ritmo 2. En la primera, Abramovic se centró en el dolor corporal externo volviendo a poner su propio cuerpo al límite usando una gran estrella de fuego. En ese fuego la artista va echando trozos de su pelo, de sus uñas, … hasta que finalmente se lanza ella misma al centro de la estrella dejándose devorar por las llamas y el humo. Su cuerpo no aguantó y varios miembros del público tuvieron que sacarla inconsciente de su propia actuación. Este no fue el final ya que en ese mismo año creó Ritmo 2 donde la artista quiso poner a prueba su lado inconsciente y la relación entre su cuerpo y su mente mediante el uso de pastillas. Al principio de la performance Marina se tomó una droga que afectó violentamente a su cuerpo provocándole ataques y movimientos involuntarios, pero mientras perdía el control de sus movimientos corporales su mente estaba lúcida. A los 10 minutos, después de que la droga hubiese perdido su efecto, Abramovic se tomó otra píldora que lo que le causó fue una inmovilización de todo su cuerpo, físicamente estaba presente pero mentalmente no.
Esta performance es de las más conocidas de la artista y no quedó exenta de polémica. Lo que se proponía a la audiencia eran 72 objetos, que iban desde plumas, miel y rosas hasta una barra de metal, tijeras y una pistola, todos estos objetos se podían utilizar en la artista que se convertía durante las 6 horas que duraba la performance en un objeto más, y todo lo que sucediera durante ese periodo era bajo su responsabilidad.
Con esta obra Marina pretendía probar los límites de la relación entre el artista y el público. Los críticos, antes de Ritmo 0, decían que las performances no eran arte solo era exhibicionismo, masoquismo del propio artista por lo que Abramovic decide plantear esta performance donde ella no haría absolutamente nada, sería el público quien haría todo.
En un primer momento el público se mostraba pudoroso y precavido, utilizando sobre la artista los objetos más livianos, pero conforme fueron pasando las horas ante la impasibilidad de la artista los espectadores comenzaron a actuar de una manera mucho más agresiva y violenta, rasgándole las ropas, clavándole las espinas de la rosa que anteriormente le habían dado e incluso apuntarle con la pistola cargada en la cabeza. Cuando transcurrieron las 6 horas, la artista abandonó la actitud pasiva de objeto y actúo como ella acercándose a esa audiencia que había estado maltratándola momentos antes, el público sin ser capaz de afrontar esa realidad se alejaba de ella.
En 1975 la artista se mudó a Amsterdam donde conoció al artista de performance Uwe Laysiepen, conocido como Ulay, con quien mantuvo una relación tanto personal como profesional durante 12 años. Bajo la denominación de The other Ulay y Abramovic realizaron un gran número de trabajos en los que sus cuerpos creaban espacios para la interacción con el público.
Esta fue una de sus primeras performances juntos, Abramovic y Ulay permanecieron sentados en silencio durante 17 horas, conectados entre sí a través de sus cabellos. Estando espalda con espalda pasaron las primeras 16 horas solos y la última de ellas con la audiencia, con esta “sencilla” acción los artistas tratan de alcanzar un estado de armonía entre el cuerpo y la mente de ambos, sometiendo sus cuerpos al poder de sus mentes. Es interesante ver el video de esta performance, donde ves como los cuerpos se resienten, se adaptan, se moldean, se buscan, … y cómo el nudo de sus cabellos se tensa, se contrae y se suelta.
Breathing In/ Breathing Out (1977)
Abramovic y Ulay para hacer esta performances taparon sus fosas nasales con filtros de cigarrillos y unieron sus bocas para inspirar el aire que la otra persona expiraba hasta que, pasados 17 minutos, ambos cayeron inconscientes al suelo por la falta de oxígenos en sus pulmones. Durante el tiempo que duró la acción ambos dependían desesperadamente del otro para sobrevivir. En comparación con otras performances que hicieron de resistencia corporal, esta es relativamente más corta debido a la falta de uno de los elementos más esenciales para la vida, el aire.
Rest Energy (1980)
En esta performance la pareja permanecía quieta durante horas sosteniendo un arco con una flecha que apuntaba directamente al corazón de Abramovic, de modo que la fuerza de cada uno de ellos resultaba indispensable para mantener la tensión e impedir que la flecha fuese lanzada. Grabaron con micrófonos los latidos de sus corazones, ambos desbocados, visibilizando así un estado de vulnerabilidad en el que la responsabilidad escapaba de sus manos. Esta pieza abordó la confianza completa que tenían el uno con el otro. Abramovic afirmó que “Rest Energy” junto con “Ritmo 0” fueron de las acciones más difíciles para ella, ya que en ambas se encontraba a la merced de otra persona.
The Lovers (1988)
Fue la representación de su simbólico final, tanto románticamente como en el ámbito artístico. Esta doble ruptura emocional y profesional también se convirtió en una obra de arte, representándose como un viaje a pie, cada uno separado, desde los dos extremos opuestos de la Gran Muralla China, hasta encontrarse a mitad de camino. Esta larga y solitaria caminata de tres meses desembocó en un último abrazo como una despedida casi definitiva, ya que tardarían 23 años en reencontrarse. Esta performance buscaba mostrar el desgaste de su relación, ya que conforme profesionalmente mejoraban en el ámbito personal empeoraba. Este final considero que es de los más adecuados teniendo en cuenta todo lo que crearon, su complicidad, atracción, sintonía, pero por otro lado esa tensión, desgaste, dolor que también los acompañaba.
Se considera que esta ruptura con Ulay marcó un antes y un después en la reinvención de su carrera en solitario. Durante los noventa, tras cierta distancia e importantes viajes como, por ejemplo, Brasil, permitieron el resurgimiento de Abramovic donde su vida y su arte serían una parte inseparable de todas sus futuras producciones. En esa década la performance evolucionaba también como un espacio para la liberación de esos fantasmas personales, al mismo tiempo que se probaban otras formas de relacionarse con la realidad.
A principios del milenio se consagró su figura artística. Sus obras acaban siendo reducidas a su propia presencia y es que, más que nunca, vida y obra se anudan convirtiendo a ella, a sus silencios, a su energía puro arte para el espectador. Es inevitable pensar en esta tendencia y no recordar la performance The artist is present (2010), una pieza presentada en el MoMa donde se dedicaba a mostrar todas sus obras más importantes hasta las fechas. A lo largo de tres meses, Abramovic permaneció sentada en el hall del museo neoyorkino desde que abría hasta que cerraba de forma ininterrumpida, permitiendo que, por turnos, más de 1800 visitantes se sentasen frente a ella en silencio, separados por una sola mesa, compartiendo la presencia de la artista el tiempo que considerasen necesario.
Esta precia recreaba la experiencia directa entre el artista y el espectador, sin necesidad de mediar palabra, simplemente el silencio, las miradas y la complicidad creaban esa relación entre los dos cuerpos. Algunos espectadores lloraban, otros simplemente la contemplaban, y ella siempre seguía imperturbable, pero el día de la inauguración Ulay apareció. Marina no pudo ocultar su estremecimiento cuando le vio sentándose en aquella silla frente a ella, y fue el único con el que tuvo contacto físico después de hablar solo a través de las miradas.
Tras esta performance la artista ha seguido en activo, concentrando sus esfuerzos en una constante revisión de su obra. La potencia del mensaje de Abramovic se ha visto disuelta entre polémicas y fama, sin poder evitarlo se ha transformado el sentido y el efecto de sus obras. Pero es que me parece algo inevitable, los tiempos cambian y las personas con ellos. Lo que sí que me pregunto es cómo habría reaccionado la sociedad actual ante las obras primas de Abramovic, que 50 años después siguen impresionando y transmitiendo, pero que indudablemente forman parte del arte.