Las dos caras de la radio – Pedro Moltó

3.1.- Historia y evolución de la radio

17533648_303El medio radiofónico ha acompañado a varias generaciones a lo largo de su vida, casi siempre con la función de informar y entretener. Hay algo romántico en la radio respecto al resto de medios de comunicación; la imagen de esa carretera vacía, de madrugada, con el sonido de fondo de un locutor con una voz muy característica, acompañándote a ti, viajero, mientras te lanza reflexiones sobre la vida, entrevista a gente que tiene algo que contarte, ya sea de gran calado social o no, o simplemente te pone algo de música con la que contribuir a la banda sonora de esa película que protagonizas y a la que llamas vida. En definitiva, la radio tiene un no sé qué, que qué sé yo, que nunca jamás podrá tener cualquier otro medio, por muy moderno e innovador que pueda llegar a resultar.

Sin embargo, el poder de los medios de comunicación siempre estará ligado a las intenciones humanas, no siempre con buenos propósitos, y la capacidad de informar o entretener puede ser sustituida por el adoctrinamiento, la propaganda e, incluso, la transmisión de odio hacia personas o grupos por cualquier cuestión, por absurda que esta pueda parecer a simple vista.

Las últimas décadas del siglo XX resultaron especialmente duras para el continente africano. Las hambrunas en los años ochenta estremecían a gran parte de la población occidental. Los artistas más conocidos del pop y del rock comercial se unían para grabar canciones con las que recaudar fondos, de cara a paliar la horrible situación que se vivía en Etiopía. Así, Bob Geldof y Midge Ure escriben en 1984 la empalagosa canción Do They Know It’s Christmas?, interpretada por un combinado de lo más granado de la música británica e irlandesa de aquellos años. Un año después, Michael Jackson y Lionel Richie reúnen a artistas estadounidenses y graban la no menos hortera We Are the World. Ambas canciones resultan éxitos inmediatos y logran su cometido, que es hacer sentir a quienes compraban estos sencillos como personas solidarias y comprometidas con la realidad. La puntilla se dio con los dos macro conciertos Live Aid, donde lo mejor de lo mejor en el plano musical británico se daba cita en el viejo estadio de Wembley y, al otro lado del charco, los americanos disfrutaban de las actuaciones en el también desaparecido estadio JFK de Filadelfia.

El papel de la radio resultó fundamental para la promoción de estas canciones y conciertos. Su labor de informar y entretener dio una vuelta de tuerca y contribuyó también a ayudar, dentro de lo posible, a quienes lo estaban pasando mal. Sirvió para que, durante algunos años, se hablase de África como es debido. No sólo por la situación concreta de Etiopía, sino por otros casos lamentables como el apartheid que sufría la población negra en Sudáfrica, personificada por el largo encarcelamiento sufrido por Nelson Mandela.

Sin embargo, y como suele ser habitual, el continuo avance informativo hace que ciertos temas pasen pronto de moda. Y esto fue lo que sucedió con África. Los años noventa comenzaron con más conflictos en países del continente y ya no había canciones que poner en la radio con las que la población occidental se sintiera afectada y con ganas de aportar su granito de arena.

La radio en África, concretamente en Kigali, capital de Ruanda, no se dedicaba a informar y a entretener, sino a señalar a un colectivo minoritario y alentar a las masas enfurecidas al exterminio del contrario. Así, en 1993 se funda en la capital de este país del África Oriental la emisora La radio de las mil colinas. Una emisora que pasará a la historia más vergonzosa del medio radiofónico.

La radio de las mil colinas transmitió su programación entre el 8 de julio de 1993 y el 31 de julio de 1994. Apenas un año de emisiones, pero un año intenso. Cada día, esta radio se convertía en un compendio de insultos, humillaciones, amenazas, señalamientos y arengas violentas contra personas de la casta tutsi, minoritaria en el país, pero convertida en la élite nacional por decisión de Bélgica, país que colonizó el territorio hasta 1962. Las rencillas entre los tutsis y el otro colectivo, los hutus, estos mayoritarios, dieron pie a una inestabilidad, la mayoría de veces manchada de sangre, en un país al que le resultó muy difícil salir adelante con semejante polvorín social.

Desde las ondas se emitía programación donde se contaban historias ficticias y en las que los personajes tutsis siempre eran ridículos, torpes, incultos, etcétera. Lo que al principio parecía una simple parodia, de mal gusto, eso sí, terminó derivando en algo mucho peor. La estrategia de la despersonalización del contrario se cimentó a base de calificar a los tutsis como “cucarachas”.

De igual modo, La radio de las mil colinas se empeñó en fortalecer los lazos entre los hutus y generar una inquebrantable unidad social en base a características tan aleatorias como el aspecto físico. Con todo eso, no era de extrañar que más pronto que tarde, desde la emisora, se incitase directamente al asesinato. Los hutus más enfervorecidos no tenían problemas en liquidar a los que eran sus vecinos a base de machetazos. Las calles repletas de cadáveres troceados de hombres, mujeres y niños se habían convertido en una estampa normal y corriente en el país. La casta tutsi sufrió un genocidio espantoso que liquidó a casi el 70% de su población, con cifras cercanas al millón de personas.

Una de las características principales de La radio de las mil colinas era que conseguía atraer a la población más joven gracias al uso de la música de más actualidad, tanto nacional como internacional, y a la elaboración de programas de entretenimiento. Con una estrategia inteligente, pero profundamente siniestra, los responsables de la emisora conseguían lanzar sus lamentables consignas a la gente más joven y, con ello, garantizar la continuidad de ese odio entre los grupos. Muchos de estos jóvenes terminaban formando parte de los Interahamwe, grupos paramilitares que saqueaban, violaban y asesinaban a la población tutsi.

Tampoco se libraron de ser señalados por los responsables de la radio algunos sectores de los hutus. Un sector de dicha población estaba en contra del genocidio, ya sea por principios, o por lazos familiares mediante familias mixtas. La radio no dudaba en dar voz a quienes delataban a hutus colaboradores de los tutsis y sufrían un castigo tan duro y sangriento como los del grupo rival.

La radio de las mil colinas es, probablemente, el mayor ejemplo de odio en las ondas jamás visto. Pero no hay que engañarse; esta emisora no fue más que la evolución de lo visto décadas atrás en países de Occidente. El régimen nacionalsocialista en Alemania supo aprovechar el poder de la radio para transmitir su mensaje y prácticamente “lobotomizar” al considerado pueblo más culto de Europa. Queipo de Llano, en España, alentaba a escarmentar al enemigo en la radio sevillana durante la Guerra Civil, e incluso el entorno etarra disponía de emisoras como Egin Irratia.

La radio es esa compañera que puede narrar las mejores historias y cantar las mejores melodías, pero, como cualquier otro medio, no está libre de contaminar las mentes más débiles si cae en malas manos.

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