1.3. La aplicación de la perspectiva de género a los medios audiovisuales
Quiero hacerte una pregunta. ¿Crees en el infierno? Porque yo sí. Olvídate de las llamas incesante y los desquiciados pecadores. Ese no es el infierno al que yo me refiero; ni tampoco en el que yo creo. El infierno del que te hablo es real y no se basa únicamente en un lugar. También es un recuerdo, un estado, pero sobre todo una emoción desgarradora que acompaña la vida de unas personas, unas mujeres africanas que tras mucho padecer han conseguido llegar a la tierra prometida, Europa.¿Qué pasa con el cómo? ¿Qué pasa con el quién? A la más mínima llegada de una patera a la costa europea, se genera una oleada de información mediática sobre el momento, la procedencia y la cantidad de inmigrantes que han conseguido desembarcar en “nuestro territorio”. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Es más, ¿cuánta atención le prestamos a esa mujer que, pobre, negra, africana y muy probablemente embarazada, se enfrenta sola a tan arriesgada travesía?
Alejandro G. Salgado es un cineasta español, director de Bolingo, el bosque del amor; un documental animado que narra cómo es el trayecto de seis mujeres africanas desde el momento en el que abandonan su país, hasta que llegan a su nuevo y más ansiado destino, en este caso, España. Este mediometraje centra el argumento en las voces, las expresiones y los sentimientos de estas seis mujeres, quienes cuentan su historia sobre un fondo oscuro que paradójicamente, resulta ser de lo más opresor.
Jamás volverán. Lo más seguro es que cada una de las mujeres africanas que en la actualidad abandonan países como Nigeria, Congo o Senegal, jamás vuelvan a reencontrarse con sus seres queridos, ni con sus padres, ni con sus madres, ni con sus hijos que también allí dejan. Estas mujeres abandonan todo lo relativo a su hogar con el fin de alcanzar Europa y desarrollar un futuro mejor, aunque primeramente hayan de arriesgar sus vidas. La emigración femenina africana se ha convertido en una “estrategia de supervivencia” y en general, se configura como una huida de las guerras y las prácticas esclavistas que atentan contra la mujer de este país: violencia sexual, mutilación genital, matrimonios forzados, etc. Algunas llevan fuera de sus casas meses, otras, años y mientras esperan para dar el salto hasta el continente vecino, residen en campamentos de refugiados. Bolingo, que en lengua lingala significa «amor», es el nombre de uno de estos campamentos, un lugar en el que a diferencia de otros, se da cobijo a las más personas más vulnerables, en especial mujeres y niños. Solo algunas tienen la oportunidad de encontrarse, “por suerte” con él, porque en general, los campamentos de refugiados y cada uno de los trayectos que configuran estas mujeres hasta alcanzar Europa, se convierten en todo un pasaje del terror.
«Conseguir comida para uno en un solo día era muy complicado. En Nigeria, veía a gente de Europa y cuando les miraba pensaba que yo también quería ir allí. Necesitaba mejoras para el futuro de mis hijos». Estas palabras, relatadas por una mujer subsahariana que ahora vive en España, intuyen un pasado de los más violento y aterrador. Marchar eternamente se presta como la única solución contra la violencia, la miseria y la pobreza que se padece. Huir cuanto antes, y de la manera más inmediata posible, pues el tiempo corre sumamente en contra en estas circunstancias. La escasa ayuda por parte de los estados determina a las mafias como la principal vía de escape para estas mujeres, o al menos como la más rápida para escapar. El coste de un trayecto hasta Europa, que se define como una auténtica batalla contra la muerte, es sumamente caro y desproporcionado, y no le asegura a esta mujer, ni a nadie, la llegada con vida al destino europeo. Según informes del Centro Africano para los Estudios Estratégicos, hay más mujeres que hombres siendo traficados en el continente africano y solamente el 1% se atreve con un desplazamiento cuyo destino final sea Europa.
Optar por Europa es de lo más arriesgado. Es atrevido, duro y extremadamente peligroso. Pero el riesgo se incrementa para aquellas mujeres africanas que emprenden el viaje solas. La odisea para todas y cada una ellas comienza en el momento en el que, dispuestas a cruzar el desierto para llegar hasta España desde Argelia, se ven en la obligación de subirse a la parte trasera de un camión descubierto, cargado con decenas de personas desconocidas. Este primer desplazamiento se realiza a altas horas de la madrugada, en torno a las 04:00 a.m. para evitar cualquier arresto por parte de la policía; cometer una acción como esta está penada con prisión. El camión no dispone de ningún tipo de seguridad y nada a lo que poder sujetarse, pese a la rápida velocidad con la que se conduce. “Iba sentada en el borde del camión y caí. El mafioso que conducía el vehículo no me iba a hacer caso, ni se iba a detener. Estuve a punto de morir», comenta una de las seis mujeres africanas que consiguió sobrevivir gracias a la ayuda de una compañera, que le agarró del pantalón y le devolvió al interior del camión. Ella tuvo suerte, a diferencia de una de sus amigas, cuyo vehículos en el que viajaba se perdió en el desierto con 20 personas en su interior: «La gente que me llevó no conocía la ruta, sencillamente iban probando. El problema de todo esto es que el desierto es tan inmenso que si te pierdes en él, mueres».
Durante este recorrido, ni siquiera las mujeres africanas saben dónde ni cómo van a dormir, si es que tienen la oportunidad de hacerlo. En caso de parada, si es que lo decide el mafiosos que conduce, se duerme al descubierto, en el suelo seco del desierto, utilizando únicamente un trapo para cubrirse del frío; incluso lo menos impensable sirve: «Si quieres relajarte porque estás cansada la arena también puede cubrirte», recuerda una de las mujeres. Atravesar el desierto se convierte en un insólito calvario, un lugar en el que desafortunadamente, es habitual encontrarse con más de un cuerpo fallecido de alguien que en su día también intentó huir. El desierto es una tierra salvaje, un lugar en el que estas mujeres se encuentran con todo tipo de adversidades, desde grupos mafiosos hasta una inmensa falta de recursos, como bien argumenta una de las mujeres africanas: «Te ves a ti misma bebiendo de tu propio pis y te lo vuelves a beber como si fuese agua. Es ahí, en ese momento, cuando te das cuenta de que la vida no es fácil».
Pero, ¿en qué grado afecta esto más a la mujer africana que al hombre africano, que como ella, también huye de su país?, ¿por qué por ser mujer se corre un mayor riesgo durante la travesía? A lo largo del camino, muchas mujeres son violadas y quedan embarazadas. El embarazo determina este recorrido y en muchas de las ocasiones, las mujeres tienen que dar por vencido el “viaje” hasta entonces realizado. Tener un bebé supone un doble cuidado personal y en consecuencia, un mayor tiempo de llegada a España, lo que puede traducirse en la espera del doble de años. En algunos campamentos de Argelia, por ejemplo, las mujeres africanas son víctimas de múltiples violaciones. Los hombres, en su mayoría pertenecientes a las mafias, les hablan con la excusa de ir a comprar productos para el campamento y es entonces cuando las raptan, las violan y tras este atentado, las devuelven a los asentamientos, amenazándolas de muerte si cuentan lo sucedido. Es tremendamente duro ser madre en un viaje como este, pero más aún si el embarazo ha sido motivo de una violación. El embarazo, por tanto, se convierte en una situación muy desfavorable cuando se trata de llegar a Europa y alcanzar el sueño, tan esperado: «Huíamos por la mañana de estos campamentos y nos escondíamos hasta la noche de los mafiosos violadores. Las mujeres que regresaban de buscar agua generalmente eran violadas y el jefe del campamento se quedaba después con nuestra agua», denuncia una de las mujeres.
La violencia directa contra la mujer que huye de África se manifiesta de muy diversas formas. A cambio de poder embarcar en las pateras que viajan hasta Europa, muchos de los traficantes obligan a estas mujeres a prostituirse. A todo esto, se le añade lo siguiente, y es que debe tenerse en cuenta que cada una de las mujeres violadas no cuenta con los medios suficientes como para poder optar por una interrupción de su embarazo. «Si quieres llegar hasta Europa primero tienes que acostarte con los hombres, porque si no lo haces no te ayudan; así que ni siquiera sé quién es el padre de mi hijo», comenta entre lágrimas una de las mujeres africanas que tras haber sido violada, quedó embarazada durante su viaje a España. Muchas de las mujeres que reniegan del embarazo, deciden optar por el consumo de cal y tabaco como práctica abortiva, lo que lleva a que en la inmensa mayoría de veces, muchas de ellas mueran en el intento.
Continuar con el embarazo, en un momento como este, es evidente que incrementa aún más el riesgo que padece la mujer durante este macabro “viaje”. Además de los coches, los camiones o las furgonetas que las desplazan de un lugar a otro, andar kilómetros de distancia y durante horas, se convierte en tarea común hasta llegar al punto final de partida, la costa argelina. El embarazo ralentiza el paso de la mujer, pero esto no es lo peor que podría sucederle. Otra de las mujeres aquí protagonista, tiene “la suerte” de poder contar hoy cómo fue su experiencia al romper aguas antes de su llegada a la zodiac que le llevaría a España: «Mi hija nació en el bosque. No tenía nada para cortar la placenta y tuve que utilizar un cortaúñas. También quité un cordón de mi ropa y lo usé para atar su ombligo. En contra, esta mujer relata el caso desafortunado de una de sus compañeras que recientemente había tenido un bebé: «Cuando íbamos en la zodiac, la policía costera marroquí nos vio. Volvimos a toda prisa a la costa para bajar del bote e intentar escapar. Con las prisas, a mi compañera se le cayó su bebé de la zodiac y el mar se lo llevó». En caso de ser pilladas por la policía marroquí, las mujeres serían deportadas. Por tanto, se habría perdido la oportunidad de huida en ese momento, por no hablar del tiempo, el dinero y el esfuerzo invertido. El silencio durante la embarcación era primordial para evitar cualquier llamada de atención sobre la policía. Otra de las mujeres cuenta cómo una chica del bote en la que ella también iba, por no guardar silencio durante la embarcación, acabo siendo tirada al mar por el mafioso que conducía.
Luchar por la vida misma es una constante muy presente en la realidad de la mujer africana. Una vez llega a su destino final -si es que por suerte lo consigue y tras mucho tiempo de espera-, esta mujer pasa a ser una inmigrante y desde ese momento, tiene que hacer frente a una nueva realidad, que será más o menos favorable. De acuerdo al artículo Mujeres en transición: Las inmigración femenina africana en España, la aceptación social de esta mujer dependerá en gran medida del espacio en el que se encuentre e injustamente, del perfil que esta tenga. Además, deberá enfrentarse a la dificultad del idioma, y con ello, a un problema en cuanto a la comunicación y sus posibilidades laborales, que en su mayoría son de todo menos dignas… Tras haber escuchado mínimamente todas estas historias, llego a la siguiente conclusión, y es que nos afanamos en alcanzar una sociedad igualitaria, práctica y real, sin entender todavía cuál es la base del problema. Si combatimos contra la violencia, que sea contra TODO tipo de violencia.
En memoria de Nabody.