3.7. La radio hoy. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC). La radio en Internet
Llevo años sin dedicarle mucho más de diez minutos seguidos a las principales radiofórmulas del país. En esta última entrada del blog no quisiera dejar de recordar mi admiración eterna hacia el medio que nos ocupa, pero eso no me impide reconocer lo desconectado que he estado en los últimos tiempos, aunque, eso sí, sin considerarme verdaderamente culpable de dicha situación.
Hace un par de semanas dediqué mi artículo a la guerra abierta entre José María García y José Ramón de la Morena. Enorme ha sido mi sorpresa al conocer estos últimos días la noticia de la retirada de De la Morena del medio radiofónico. Lo hace, curiosamente, en la misma emisora donde se retiró su por aquel entonces archienemigo García. Algunos pensarán que la poltrona deportiva de Onda Cero es poco menos que una silla eléctrica, capaz incluso de freír a quienes fueron los principales referentes del periodismo deportivo de España en los últimos cuarenta años.
Debo decir que yo siempre fui de García más que de De la Morena. Me gustaba el estilo duro y directo del primero, frente al exceso de campechanía mostrada por el segundo. Eso sí, nunca entendí las filias de García hacia determinados personajes (como en el caso de Javier Clemente) y en ese sentido casi siempre iba a favor de lo que se decía en El Larguero.
Pero más allá de gustos personales, el abandono de De la Morena tiene su parte trágica. Y es que los programas deportivos radiofónicos de hoy en día beben del mismo grifo y ni se molestan en limpiarlo previamente (cosa que, en tiempos de pandemia, resulta más peligrosa que nunca, además de asquerosa). El Larguero de Manu Carreño o El Partidazo de Juanma Castaño no dejan de ser extensiones del circo mediático que vemos en televisión, en programas de dudosa reputación como El Chiringuito de Jugones. Lo que en su día se vendió como algo innovador frente al estilo tradicional, ahora empapa a todo nuevo contendiente por la audiencia de la franja horaria de turno, en este caso la nocturna.
Pero volvamos a las radiofórmulas. Estas son la máxima expresión del fast food radiofónico. Supongo que, al leer este texto, las nuevas generaciones saldrán con el argumento de que en toda época se ha pensado, erróneamente, que cualquier tiempo pasado fue mejor, que si ok, boomer y demás chorradas cargadas de edadismo. Pero si el deporte en la radio pierde con De la Morena a su último exponente de una radio más tradicional, la radio musical hace ya mucho que está huérfana de referentes en cuanto a estilo y calidad en la transmisión de un mensaje.
Soy de los que creen que existe una evidente decadencia musical desde hace unos treinta años. Primero llegó el grunge y Kurt Cobain se encargó de amargarnos la existencia, haciéndonos creer que disfrutar del rock como en décadas pasadas no estaba bien; lo bueno era vestir con las rebecas de tu abuelo, no pasar de tres acordes con una letra sobre lo deprimente que es la vida y terminar volándote la cabeza con una Remington M-11. Pero lo peor no era eso. Incluso Nirvana puede sonarme bien de vez en cuando, al igual que otros grupos coetáneos como Soundgarden, Stone Temple Pilots, etcétera. Llega la explosión del hip hop y de repente todos quieren ser malotes. Se idolatra a gente que se lía a tiros por envidias, venden en sus letras (escritas en mansiones compradas por los ingresos de sus discos) que el sistema los margina, y el pobre infeliz que los escucha y les sigue el rollo muere tiroteado a manos de la policía por cualquier estupidez.
Y, sin embargo, al igual que con el grunge, puedo entretenerme de vez en cuando con ciertas canciones de rap. Porque siempre se puede ir a peor. Y ese momento donde parece que la radiofórmula toca fondo tiene unos 18 años. A algún iluminado se le ocurrió que la radio española debía dar coba a nuevos estilos musicales llegados de Hispanoamérica. Empezó a sonar una melodía surgida de lo más hondo del averno llamada “Papi Chulo”, de una tal Lorna. Poco después, aparecen personajes como Don Omar y su “Dale Don, dale”. Todo bastante abyecto. Pero ahí está. Y mi pregunta es, ¿con qué interés?
Pasé mi infancia y preadolescencia conectado al walkman, mientras echaba unas partidas a algún videojuego de Mega Drive o PlayStation. En llegar las vacaciones, las horas que le dedicaba a la radio podían alargarse hasta bien entrada la madrugada. Me hacía compañía en todo momento y sentía cierta conexión entre el locutor que ponía las canciones y yo. Tampoco tenía reparos en escuchar programas con gente contando sus vivencias, o entrevistas en un ambiente más íntimo a esas horas. La semana pasada hablaba de Game 40 y recordaba perfectamente las voces de Guillem Caballé y sus colaboradores. Hoy día, ¿existen nuevos profesionales radiofónicos que tengan esa conexión con el oyente? No. Hoy lo que tenemos son profesionales dedicados a poner una canción tras otra sin demasiada interacción con la audiencia. Lo triste es que, muy probablemente, muchos de ellos crecieron junto a la radio con sensaciones similares a las que narro, pero se ven impedidos para desarrollar una carrera marcando diferencias frente al resto. Todas las canciones suenan igual. Tras Lorna y Don Omar, la explosión del reguetón parece que no mengua de ningún modo y, además, tenemos que sumarle el fenómeno del trap: un pseudoestilo digno de los peores casetes de gasolinera al que algún filósofo millennial califica como “nuevo punk” (Joey Ramone y Joe Strummer deben estar revolviéndose en sus tumbas).
Por esta situación es por la que estoy muy alejado de las principales emisoras musicales del país. No sólo no soy capaz de localizar más de dos o tres canciones que puedan gustarme, sino que, además, tampoco encuentro nuevas voces con el suficiente punch e ingenio como para mantenerme pendiente de su programa (incluso alguno se ha convertido en estrella matutina sin saber qué es eso de vocalizar).
Mientras escribo esto, sigo sin encontrar respuesta a lo que me preguntaba un par de párrafos atrás. ¿Con qué interés surge esta situación? ¿Ha entrado la música de gran consumo (y con ella la radio musical más generalista) en un pozo sin fondo? ¿No hay lugar para otros estilos y oportunidades para gente con ganas de ofrecer algo distinto? ¿Dónde están los sucesores de los grandes locutores de los setenta, ochenta y noventa? ¿Va bien encaminada una sociedad donde el padre albañil y sin estudios escuchaba a Pink Floyd y la hija universitaria no ha oído una canción de Michael Jackson en su vida mientras presume de ser fan de Maluma?
Quizás he sonado catastrofista, cruel e incluso alguno pensará que peco de pedante por no compartir (y despreciar) los gustos actuales, pero la verdad es que me importa un pimiento. La radio sigue ahí y creo que le queda cuerda para rato, pero corre el riesgo de ser un mero producto de consumo fácil y rápido con esta dinámica. Los podcasts, muchos de ellos a manos de gente sin la formación que recibimos los estudiantes de Comunicación Audiovisual y Periodismo, están comiéndole la tostada a la radio y pueden convertirse en esa alternativa para quien busca mayor vínculo con quien tiene algo que contarle.
Queda este último artículo para el blog universitario como mi deseo de mejora para un medio que siempre ha estado a mi lado y al que sigo teniéndole un cariño enorme. A la espera de que alguien retome la transmisión del mensaje, corto y cierro.