2.3 La Televisión en España durante la dictadura
Los censores le llamaban como “don Paco” bromeando, con la mente retorcida siempre dispuesta a complacerlo. El dictador, a su vez, tenía este pensamiento sobre ellos: “¿es que ha visto usted algún censor que no sea tonto?”, le llegó a ironizar al sufrido cineasta José Antonio Nieves Conde.
El censor de TVE era Francisco Ortiz, que miraba los televisores por debajo por si se apreciaba algo con las minifaldas, y tenía un almacén de sombreros, florones y capas para tapar las melenas y escotes de los artistas. Chicho Ibáñez Serrador en Historias de la frivolidad (1968), (dato curioso es que no pudo llamar Historia de la censura), pensó en el cómico Tip para que encarnara a estos señores de negro, pero a los censores no les hizo gracia. En su lugar apareció como férrea puritana Irene Gutiérrez Caba. Historias de la frivolidad, una temeridad controlada, llegó a estrenarse después de la despedida y cierre.
Todo el conjunto audiovisual, entre el cine (lleno de recortes), la radio (amputada en noticiarios) y la televisión (tutelada hasta la asfixia), fue el espejo de un sistema barnizado de hipocresía, con una aspiración al pensamiento único que escondía miedos y rencores.
TVE, herramienta del Ministerio de Información y Turismo (Censura y Autobombo), el No-Do a domicilio, fue durante sus primeros 20 años de existencia un medio de exaltación al líder por encima de todas las cosas. “¿Se ve bien, mi general?”, fue la primera frase de las pruebas de 1948, en conexión directa con el Pardo. En el discurso navideño de 1955, meses antes de las emisiones regulares desde el Paseo de La Habana, el militar había mostrado su inquietud de todo lo que podían recibir las antenas. Había que controlarlas, como las de la radio.
En la cadena única también se emitían adaptaciones literarias, dibujos animados, series extranjeras y hasta expresiones del exilio interior, pero la lealtad al monolito era una película viscosa que lo impregnaba todo por palabra, obra u omisión.
La muerte en off de Franco y sus funerales a color, hace 43 años, se pueden elevar a la primera ocasión en la que los españoles asistían en directo a su propia Historia desde sus casas. A través del cristal habían visto llegar el hombre a la luna y un puñado de ligas y copas futboleras, pero con los partes médicos pronunciados por Florencio Solchaga se telegrafiaba el agónico final del poder que alcanzó al discurso de Arias Navarro, a las diez de la mañana, de hace 46 años, con su despedida. Ya la audiencia conocía la noticia desde horas atrás. En la madrugada, a las 4:58 había saltado Europa Press como un tuit: “Franco ha muerto”, y ya estaban en la calle las ediciones especiales de los periódicos como el Diario de Cádiz. Pero hasta la aparición del presidente, en esa negación de la primera fase de duelo, muchos no querían confirmarlo.
En TVE tenían desde hace meses preparadas las primeras imágenes del luto, un lacónico documental de música clásica y estampas monumentales titulado España en soledad, lo que se ofreció después de las palabras del sucesor de Carrero cuya muerte había sido un preámbulo de pompas fúnebres televisivas. Habría que hacer un ejercicio de contextualización para ponernos en la piel de esos espectadores que, cuando no existía la televisión matinal, al poco tenían en sus pantallas al embalsamado dictador de cuerpo presente en el Palacio Real mientras una riada de visitantes pasaba ante la capilla ardiente. Horas y horas de plano fijo, con sollozos y exclamaciones de fidelidad. Un reality histórico que se remataba con la proclamación del Rey en el mediodía del sábado y el entierro del domingo, en el Valle de los Caídos. Una tumba retransmitida al mundo entero y que es más actualidad hoy que hace 43 años.
La televisión desde donde se despedía cada noche Franco, de perfil y sonriente en su trono con el acompañamiento del himno, fue el hilo conductor de este desenlace que se masticaba en la noche del 19 de noviembre del 75. Una voz de continuidad anunciaba que el especial de Julio Iglesias La hora de… era cancelado y sustituido por una película bélica, Objetivo Birmania. A esa hora probablemente los embalsamadores estaban iniciando su trabajo, pero desde aquel régimen de Historias para no dormir se optaba por comenzar la Operación Lucero de madrugada, para aliviar una primera impresión, con una reacción imprevisible. La reacción general en la mañana fue un shock de preocupación ante el futuro porque la figura paternalista del dictador lo había envuelto todo.
La enorme sombra de Franco se extendió hasta entrados los 80 en el seno de la plantilla de Prado del Rey y los distintos gobiernos de la democracia han querido tener en las riendas el influyente (aunque cada vez menos) medio público. De hecho, en las autonómicas y municipales se fueron reproduciendo los mismos tics norcoreanos de control político de TVE. Hasta hoy. Cada dirigente quiere convertir en cadena privada su cadena pública. El pecado original fue el de quitar el canon en 1959. Una tele teóricamente gratis no es de nadie, sino del que manda.
A Franco se le enfocaba desde abajo y en los actos, en plano general, porque en una Copa de las suyas se tropezó en el palco del Bernabéu. Con el bonzo vasco de 1968, aunque no se vio en antena, se instauró el bucle de retardo en todos los contenidos en directo, no fuera a salir alguna pancarta comprometida. Franco, cinéfilo y fan de Félix Rodríguez de la Fuente, tenía la televisión de los españoles en un puño. El suyo.