Las musas del destape: ¿Abanderadas de la libertad o víctimas del machismo? – Ana Cortijo

1.1. Historia y evolución de los medios audiovisuales (segunda mitad del S.XX y S.XXI)

El 20 de noviembre de 1975, España es protagonista de un cambio radical en su historia política y social. La muerte de Franco, anunciada desde RTVE por el consternado expresidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, abría las puertas a una realidad desconocida e inquieta para algunos, a la vez que esperanzadora para otros.

 La Transición Española fue una época marcada por el paso de la dictadura a la democracia, momento en el que se redactaría la Constitución Española (CE) de 1978. El nuevo mandato, elaborado en base a un consenso político, hacía por primera vez una pequeña consideración a la mujer, concretamente en el artículo 14:“Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Pese a esta nueva orden, no se implicó a ninguna mujer en la composición de la CE y a efectos prácticos, era evidente la desigualdad política, económica y social; cuestión de la que todavía hoy no nos hemos librado en su totalidad.

 En boca de muchos españoles se cantaba aquello de «Libertad, libertad; sin ira libertad», canción del grupo andaluz Jarcha que se convirtió en himno nacional. La vitalidad era de notar tras la represión sufrida en los últimos 30 años, al igual que la revelación social y la contracultura. El cine, como muchas otras de las tendencias artísticas, abandona la censura del régimen dictatorial para dar paso al que sería el género cinematográfico más producido en los próximos diez años.

 El cine de destape o “cine de despelote” se configuraba como el nuevo cine, un cine de vanguardia en el que por primera vez, se vería el cuerpo desnudo completo de mujeres -en su mayoría españolas-, además de escenas de sexo. Amparo Muñoz, Adriana Vega, Esperanza Roi, Silvia Tortosa, Sara Mora o Maria José Goyanes fueron algunas de las que se atrevieron a quitarse la ropa, pero también lo fueron algunos hombres. No obstante, la cantidad de mujeres desnudas que se veía en el cine, no era nada equiparable a la cantidad de hombres desnudos. A excepción de algunos como José Luís Manzano o Máximo Valverde, los hombres interpretaban el papel de un tipo chistoso, guasón, bajito y regordete, cuyo físico estaba muy por debajo del de las mujeres; es así como se configuraba un cine cómico y erótico. Andrés Pajares, Fernando Esteso, Antonio Azores y Alfredo Landa, precursor del subgénero cinematográfico conocido como «landismo», eran algunos de los actores que aparecían junto a las diosas de la gran pantalla. Pero, ¿qué impacto tuvo el cine de destape en nuestra sociedad?

 Para muchos, este nuevo género cinematográfico brindaba la oportunidad de “desnudar cuerpos”, pero más que nada, de “desnudar conciencias”. Maria José Cantudo sería la primera actriz en desnudarse frente a las cámaras, concretamente en La trastienda, película dirigida por Jorge Grau en 1975, donde en tres escasos segundos se enseñaba el cuerpo desnudo de la actriz. Esto suscitó duras críticas, a la vez que causó una “grata sorpresa” entre muchos de los españoles. La mujer del cine de destape se convertía en un símbolo de atrevimiento, de evolución social y sobre todo, de “liberación”. Pero entendamos una cosa. Esta “liberación” fue más por y para el gusto de los españoles, que no para las españolas. Para entender mejor todo esto, parémonos a pensar en los siguientes títulos: La muchacha de las bragas de oro (Vicente Aranda, 1979); Viciosas al desnudo (Manuel Esteba, 1980); La caliente niña Julieta (Ignacio Iquino, 1981); El fontanero, su mujer y otras cosas de meter… (Carlos Aured, 1981); Agítese antes de usarla (Mariano Ozores, 1983), etc.

El desnudo de la mujer en los carteles de las películas del destape también era de lo más común

El desnudo de la mujer en los carteles de las películas del destape también era de lo más común

El cine de destape se convirtió en el género cinematográfico más producido en la España de los 70 y principios de los 80. Estas nuevas cintas en las que podía verse a una mujer como “Dios la trajo al mundo” eran dirigidas por y para hombres.  Debido a la demanda que estas tenían, se producían en rápidas cantidades con objeto de “saciar el apetito del hombre español”, por lo que en muchas de las ocasiones se ha considerado a este como un cine barato, un cine expreso y único para hacer taquilla. Ágata Lys, actriz característica del destape, contaba ante las cámaras de RTVE que como ella, muchas de sus compañeras actrices eran conscientes del papel que jugaban las mujeres: «Nos utilizaban a las señoras guapas y atractivas como utilizaban al fútbol y a los toros. Nos utilizaban de comecocos nacional». Susana Estrada, a quien se le recuerda más por la polémica causada en la recogida de uno de sus premios, que por su carrera artística y profesional, ha rebatido constantemente la idea de que a la mujer se le utilizase como un producto nacional: «Nunca me he sentido mujer objeto, me he sentido mujer “folleto”, y gracias a ello y a mis espectáculos he ganado muchísimo dinero».

En Francia, se proyectaban películas como Lo verde empieza en los pirineos (1973) o El último tango en París (1972), esta última de gran controversia

En Francia, se proyectaban películas como Lo verde empieza en los pirineos (1973) o El último tango en París (1972), esta última de gran controversia

El afán de los hombres españoles por las actrices, quienes hacían larguísimas colas en los cines por verlas desnudas, tiene su antecedente en el «mito de las suecas», las mujeres del norte de Europa que acudían en los 60 a las playas de la Costa Blanca, como Benidorm. Su belleza y el uso del bikini, prenda desconocida todavía a ojos de los españoles, captaba la atención plena del “macho ibérico” y los productores, guionistas y directores, se dieron cuenta de cómo ese acontecimiento podría cambiar sus vidas si lo trasladaban a la gran pantalla. Así es como empezaban a proponer a las actrices que si querían ganar el doble de pesetas, también se les “ofrecía la oportunidad” de hacer dobles versiones de una misma película. La segunda cinta filmada no se vería en España, pues en esta, la actriz aparecía desnuda interpretando las mismas secuencias, pero de acuerdo a un «cinema más verité», o sea es, a un sexo más explícito que todavía no se permitía ver en España. Con Franco todavía en el poder, muchos de los españoles cruzaban la frontera en autobús para “disfrutar al completo” de estas cintas en Francia, como fue el caso de Lo verde empieza en los pirineos, película dirigida por Vicente Escrivá en 1973.

El desnudo, aunque no fuese exigido en el guion, se convertía en el clímax de la película, por lo que de una manera u otra, cualquier actriz debería aceptar esta condición si quería hacerse un hueco en la industria del momento, además de ganarse unas cuantas (que no muchas) pesetas y conseguir fama internacional. Antes de que terminase la dictadura, se grababan películas en las que podía verse ya cierto erotismo, pero no el desnudo completo de una mujer. Es el caso de La Celestina, cinta dirigida por César Ardavín en 1969, en la que por primera vez y de manera muy sutil, se puede ver un poco del pecho de Melibea, papel interpretado por la actriz Elisa Ramírez.

«Hice cine de destape porque me daba la gana y porque todo aquello era mi oportunidad para decir “basta ya”»

«Hice cine de destape porque me daba la gana y porque todo aquello era mi oportunidad para decir “basta ya”»

Paralelamente al cine de destape, las actrices y cantantes de la época también se hacían eco en las portadas de muchas de las revistas destinadas para el hombre español. Interviú, primera revista española en publicar el desnudo de una mujer, fue una de las más populares, así como Papillón, Lib, Macho, Party o Playboy. Entre 1976 y 2018, solo cuatro hombres semidesnudos han ocupado la portada de la revista Interviú y solo una mujer, la periodista Teresa Viejo, ha sido directora de la publicación de un total de trece directores. Eva Lyberten, Amparo Muñoz, o la inesperadísima Marisol, cuyo número fue uno de los más polémicos, fueron algunas de sus protagonistas. Juan Ribó se consagró como uno de los pocos actores que aparecieron en la portada de este tipo de revistas y que tanto protagonizaban las mujeres. Una de sus imágenes más famosas aparece en la portada de la revista Party, en 1979. En un primer momento, los hombres sentían cierto “sofoco” a la hora de comprar y leer estos números, pero con el tiempo se fue normalizando su venta hasta llegar a ser de las revistas más vendidas en los quioscos. Rosa Maria Mateo, quien hasta hace poco días ocupaba la presidencia de RTVE, argumentaba que «los hombres se justificaban diciendo que ellos compraban el número por leer los artículos serios, pero realmente lo hacían por ver a las señoras desnudas».

La decadencia del cine de destape y el desinterés por sus grandes divas vendría por el aburrimiento hacia este género. A mediados de los 80, a los españoles ya no les sorprendía ver el pecho de una mujer en la gran pantalla. Además, la voz doblada de las actrices se configuró como un sello fílmico, por lo que al dejarse de doblar sus voces en este mismo momento, las “musas del destape” tuvieron muy complicado volver a encontrar una película en la que participar; a los directores no les interesaba la voz real de estas. Esta cuestión afectó gravemente a la carrera profesional de las actrices, en especial a la de las extranjeras, como fue el caso de Roswicha Bertasha, Nadiuska. Con la llegada del PSOE al poder en 1982, comienza una reforma en el cine español y Pilar Miró, Directora General de Cinematografía y posterior directora de RTVE, suprime la categoría “S” (sexo) de estas películas, calificadas de “eróticas, violentas y sensibles” para crear la categoría “X”, nueva denominación que marcó el inicio de la producción y exhibición del cine porno.

Muchos de los directores y actrices que dieron vida al cine de destape sufrieron continuos ataques durante su carrera profesional, tanto por representantes todavía del antiguo régimen, como por grupos católicos. Pero quienes más saldrían perdiendo serían ellas, las actrices, que a posteriori sufrirían el rechazo de la industria cinematográfica por haber sido protagonistas de este género. Teatro, cine tardío, realities shows, grupos de música, el retiro de una vida ajena a los medios, pero también psiquiatras, convento de monjas, alcohol, drogas, soledad y un largo etcétera, resume lo que fue de las grandes actrices de los 70. El periodista José Aguilar, autor del libro Las estrellas del destape y la transición: El cine español se desnuda, defiende que muchas de las actrices del destape confirmaron haber pasado por la cama de directores y productores para conseguir un papel en una película y que algunas de ellas «reconocieron haberlo pasado muy mal».

 Estas mujeres se enfrentaron a lo políticamente incorrecto y rompieron con toda clase de esquemas al aparecer desnudas frente a los ojos de toda España. La mujer se liberó, y se deshizo de los vestidos más largos e incómodos, de los fajas que más le apretaban, de los tacones que tanto dolor le causaban y hasta de sus bragas, para enseñar al mundo que no tenían tapujos ni en desnudarse, ni en enseñar públicamente sus cuerpos. Fueron unas valientes y por tanto, no creo que sea conveniente olvidar que fue gracias a acontecimientos sociales, culturales y mediáticos como este, que es ahora cuando podemos ya no solo ir en bikini a la playa, sino desprendernos de él. Aunque no podamos catalogar ni mucho menos de película feminista ni transgresora como tal, Rocío Durcal y Bárbara Rey protagonizaron la primera escena de sexo lésbico del cine español en Me siento extraña, cinta dirigida por Enrique Martí en 1977, lo que fue un primer acercamiento a lo que durante tanto tiempo se había condenada crudamente en España, la homosexualidad.

 En relación al colectivo LGTBI, por primera vez se presentaba de manera pública la transexualidad, al tiempo que se denunciaba su marginalización social y se mostraba el valor artístico de mujeres de esta comunidad, que hasta entonces no habían tenido ningún tipo de reconocimiento, como ocurriría con Bibiana Fernández, quien es hoy una de las actrices más aclamadas del teatro y el cine español. Se expone, por tanto, un cine de denuncia social, que alentaba sobre las problemáticas más actuales, como la prostitución o la violencia directa, física y sexual contra las mujeres. Esta y otras muchas cuestiones las encontramos en títulos como Chicas de alquiler (José Iquino, 1974); Las adolescentes (Pedro Masó, 1975); Cartas de amor a una monja (Jorge Grau, 1978) o Los violadores del amanecer (José Iquino, 1978), película perteneciente al género quinqui.

 Resulta evidente que todas y todos hubiésemos preferido que estas situaciones, o que cada una de estas películas, se hubiesen producido en otras circunstancias, o sea es, desde el punto de vista de las mujeres. Me refiero, por ejemplo, a que una mujer hubiese dirigido la película de Rocío Durcal y Bárbara Rey, quien es realmente conocedora de su cuerpo y sus placeres sexuales, que el papel principal de películas como Cambio de Sexo (Vicente Aranda, 1977) o El Transexual (José Jara, 1977) hubiese estado protagonizado por mujeres transgénero o incluso que la última película hubiese pasado a la historia como La transgénero, y no como El transexual. Pero han tenido que pasar unos cuantos años para que esto cambiase, y para que mujeres como Isabel Coixet dirigiesen cintas como Elisa y Marcela (2019), película que narra el primer matrimonio lésbico acontecido en A Coruña en 1901 y que está dirigida para todo el público.

 Aclaremos también lo siguiente. Aplicado a un enfoque de género y en contra al discurso de falsa modernidad alimentado por hombres, es rotundamente cierto que estas mujeres fueron víctimas directas de una cosificación, de una continua sexualización que ponía a sus cuerpos como principal punto de interés y de un claro y evidente machismo, fruto de una sociedad heteropatriarcal que todavía hoy causa estragos contra la integridad física y moral de la mujer. El fenómeno mediático que se ha creado en torno al vestido que lleva la presentadora Cristina Pedroche en la noche de las campanadas, es un acontecimiento que bastante me recuerda a la conmoción causada durante el destape. La creación de apps en las que pueden venderse imágenes y vídeos personalizados de cuerpos desnudos de mujeres o la pornografía a la que tan fácil acceso hoy tenemos, han denigrado directamente a la mujer en cualquiera de sus manifestaciones, además de haber afectado muy dañinamente a la sexualidad de los jóvenes de nuestra generación, en especial la de las chicas. Es cierto que en contra, podríamos hablar del empoderamiento que ha tenido la mujer en cuanto a su cuerpo y su sexualidad, pero hablamos de esto en base a hechos concretos y sobre los que habría que matizar en detalle, como es el caso del porno feminista dirigido por mujeres que ya llevan haciendo algunas de ellas, como Anneke Necro, actriz, directora y productora de cine porno que aboga por una producción artística, reivindicativa y altamente feminista.

 Hoy, seguimos luchando todavía por un discurso de libertad que favorece a todos y todas por igual, además de ser más conscientes que nunca de la opresión a la que ha estado sometida la mujer. Gracias a los medios de comunicación y principalmente a la voz de muchas mujeres, hemos conocido que cualquier mujer, incluso la gran estrella de cine, ha sido víctima de explotación y abuso sexual durante mucho tiempo, como bien se ha descubierto a partir de los casos de Harvey Weinstein y el movimiento Me Too de Estados Unidos, que también ha llegado a la esfera del cine español. Por ello, una vez más os digo lo siguiente: nuestra lucha, continua.

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